viernes, 5 de junio de 2009

Pobre Ofelia...

Mientras se incorpora, se marea y cierra los ojos.
Intenta agarrarse a algo y, entonces, sólo entonces, y con los ojos cerrados, es capaz de notarlo. Nota el pinchazo en uno de sus dedos, en el corazón de la mano izquiera... Abre los ojos, sobresaltada, asustada, y ve cómo una gota de sangre cae al suelo.
Después de esa primera gota, brotan otras y todas ellas se van deslizando por su piel hasta formar un charco a sus pies. Empieza a notar el dolor, la desesperación de ir quedándose vacía, de ir desangrándose lentamente...
Vuelve a cerrar los ojos y todos sus sentidos se intensifican. Añade ahora el dolor de no ver a nadie a su lado para pedirle ayuda, suplircarle a gritos, ayúdame... Alguien a quien abrazar, mientras la abraza. El dolor por su cobardía, por permitir que escaparan una a una con su consentimiento todas las personas y todos los sueños que importaban... todo aquello que importaba de verdad.
El dolor se hace insoportable. Siente algo ajeno: un hormigueo en su nariz. Sabe que está llorando. Sabe que lo está haciendo y que ya no podrá parar. Las lágrimas se derraman y comienza a caer... Caen sobre sus gotas de sangre. Todo el agua de su cuerpo está escapando de una muerte segura... huye por sus ojos.
Poco a poco, la sangre y las lágrimas se estienden por su habitación. Sabe que la ahogarán, pero ya no tiene importancia, para entonces ya estará vacía por dentro.
Cuanto dolor...
Jamás imaginara una muerte tan dolorosa: no fuera lo suficientemente realista.
En este momento, pierde la consciencia de la realidad.
Caen en el medio de su vida y nota cómo la corriente la arrastra como si de un río se tratase...
Se funde con su sangre y con sus lágrimas y se adentra en la tierra...
Se funde tanto y con tanta intensidad como nunca lo hizo en su vida...
Se funde tanto y con tanta intensidad que nunca nadie la pudo encontrar...

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